Cuando era niño, pertenecía a un grupo de scout. Ahí nos enseñaban la importancia de la buena acción,consistía en realizar todos los días actos generosos.
Me gustaba mucho cumplir está tarea. Un día caminaba por la ciudad y vi un perro tirado en plena vía sin poder moverse. Estaba herido, un carro lo había atropellado, tenía rotas las dos patas traseras, los vehículos le pasaban muy cerca y mi temor era que lo mataran, porque sólo no podía levantarse.
Vi allí una buena oportunidad para realizar la buena acción; como buen scout detuve el tráfico, y rescate al perro para entablillarle las patas. Con mucho amor y entrega me acerqué, lo agarré pero me clavó los dientes en las manos. Inmediatamente me llevaron a sanidad y me inyectaron contra la rabia, aunque la rabia por la mordida no se me quitó con la vacuna. Durante mucho tiempo no entendí porque el perro me había mordido sí yo lo había salvado, no quería hacerle daño, no se que pasó y no me lo pude explicar. Yo quería ser su amigo,cuidarlo mucho y dejarlo para mí.
Fue la primer decepción que sufrí por hacer el bien. No comprendí que alguien haga daño a quién quiera ayudar. Pasaron muchos años hasta que lo vi claro.
El perro no me mordió, fue su herida. Cuando alguien está mal, no tiene paz, está herido del alma y recibe amor ¡MUERDE!, es su herida la que clava sus dientes. Comprende el malestar de las personas que te rodean. Cuando alguien te grita, te ofende, te crítica o te hace daño, no lo hace porque te quiere mal, sino porque está herido del alma,se siente mal o algo le está pasando en su vida. No te defiendas ni lo critiques, más bien compréndelo, acéptalo y ayúdalo.
(Padre Ricardo Bulmez)