Una viejita que lloraba todo el tiempo porque el esposo de su hija mayor vendía sombrillas y el de la menor, fideos. En días soleados, se preocupaba por que: “El tiempo está demasiado bueno. Nadie va a comprar sombrillas y tendrán que cerrar el negocio”. Su tristeza la hacía llorar. Cuando llovía, lloraba por la hija menor, pensando: “Está lloviendo y el esposo de mi hija no podrá secar los fideos con esta humedad. ¿Qué harán cuando no haya fideos que vender?”. Como resultado de sus preocupaciones,.. la viejita vivía llorando. Fuera lluvioso o soleado el día, ella siempre iba a sufrir por una de sus hijas. Sus vecinos intentaban consolarla, pero entre ellos la bautizaron como “La Viejita Llorona”.
Un día, la señora se encontró con un monje. Él le preguntó por qué siempre estaba llorando y ella le explicó su problema. El monje sonrío amablemente y le dijo: “Señora, usted no tiene por qué preocuparse. Yo le enseñaré el camino a la felicidad y no tendrá por qué sufrir más”. “Es muy sencillo”, dijo el monje. “Lo único que tiene que hacer es cambiar su perspectiva. En días soleados, no piense que su hija mayor no podrá vender sombrillas, sino en que la menor podrá vender fideos. Con el calor del sol, ella podrá hacer muchos fideos y su negocio será próspero. Cuando llueva, piense en la tienda de sombrillas de su otra hija. Todo el mundo vendrá a comprarlas y su negocio también será próspero”.
La señora vio la luz. Siguió las instrucciones del monje y al poco tiempo, dejó de llorar. Desde ese día, sus vecinos le llaman “La Viejita alegre”. Siempre va a haber días de sol y días de lluvia. Pero la forma en que nosotros decidamos interpretarlos va a determinar cuánta felicidad o dolor va a representar en nuestras vidas. Ser feliz es cuestión de perspectiva...